En prácticamente toda Andalucía las últimas lluvias han reforzado las garantías de abastecimiento para los próximos años. La situación de Sevilla es paradigmática, con los embalses llenos y agua garantizada para un lustro. Sin embargo, para el regadío las perspectivas no son ni con mucho tan halagüeñas. En la zona oriental hay sistemas con un nivel de almacenamiento muy bajo y el principal sistema del Guadalquivir, del que beben los regantes, está a un tercio de su capacidad.

La estampa es llamativa: embalses que no admiten más agua y otros casi vacíos. Y esta contradicción evidencia el fracaso absoluto de la política hidráulica en Andalucía, la falta de previsión de las administraciones, la inejecución de los embalses aprobados en los planes hidrológicos que hubiera evitado las restricciones continuas al regadío, amén de evitar algunas inundaciones, la falta de inversión en infraestructuras de conexión entre los sistemas (trasvases), así como la inexistencia de un plan de balsas que permitiría aprovechar mucho mejor las escorrentías generadas por las lluvias.